Cuando Mario Vargas Llosa le
preguntó a Gabriel García Márquez, en aquella tarde calurosa de septiembre de
1967 en Lima, sobre la relación estética entre las novelas que venían
escribiendo los autores del continente —por entonces se empezaba a hablar de
boom latinoamericano—, que incluía a ellos dos pero también a Julio Cortázar y
Carlos Fuentes, esta fue la respuesta del colombiano que entonces acaba de publicar
Cien años de soledad: “La realidad latinoamericana tiene diferentes aspectos y
yo creo que cada uno de nosotros está tratando diferentes aspectos de esa
realidad. Es en este sentido que yo creo que lo que estamos haciendo nosotros
es una sola novela”. Visto desde esta óptica, los textos que se escriben dentro
de la una época, de un espacio, de un estilo, de una circunstancia, etc. forman
un corpus que posibilita una lectura amplia, como si fuera una gran antología
conceptual, una pieza dorada en el rompecabezas de la historia.
Una antología es un libro que se compone de retazos. Es una selección que, en general, se configura a partir de una polifonía de voces. Las antologías suelen existir porque no siempre un autor puede dar cuenta de toda una problemática teórica, por lo que lo colectivo se vuelve la llave para abrir la puerta de lo contemporáneo. EN ese sentido, tres antologías argentinas publicadas este año, cada cual desde su especificidad temática, dan cuenta del presente. Y se posicionan a partir de un quiebre generacional, aunque también personal, para pensar la postal de la actualidad. Clara Beter Ediciones publicó La Campana de la División: escribir sobre las ruinas del rock argentino, cinco ensayos sobre el rock del siglo XXI; Indómita Luz editó once cuentos en Paisajes experimentales: antología de nueva ficción extraña (once cuentos); y en Estados Unidos Ars Communis Editorial publicó Don’t cry for me, América: antología de escritores argentinos en Estados Unidos en el siglo XXI.
Una constelación argentina
Paisajes experimentales es,
entonces, una muestra de lo que Mattio llama New Weird Argentina o Ficción
Extraña Argentina. Sus lecturas sobre M. John Harrison, Justina Robson y China
Mieville encontraban una conexión con la literatura argentina contemporánea de
autores como Mariana Enriquez o Samanta Schweblin. “Entonces aparece la idea de
Nueva Ficción Extraña. Pero me gustaría señalar una diferencia entre una
etiqueta de mercado y categoría crítica. La primera responde a una necesidad de
los grandes monstruos editoriales de guiar a los lectores en eso que podemos
llamar el Gran Supermercado de la Literatura. Una categoría crítica, en cambio,
es una hipótesis y sólo se comprueba con el tiempo y la distancia. De modo que
pienso que si hay o no algo que pueda ser llamado Nueva Ficción Extraña es algo
que sabremos en algunos años. Ahora no es más que una intuición”, sostiene.
“Considero que hay un exceso
de biografismo —continúa—, de autobiografismo (que representa, en cualquierx
autorx una clausura de su escritura, porque ya no tiene más nada que decir) y
de la crónica barata en la literatura argentina. Y cuando hablo de literatura también
me refiero al ensayo. Es decir, no se asume la pobreza de la escritura o, por
el contrario, el desborde del objeto con el que trabajás. A esto último, yo le
llamo estesis. Y hay que enfrentarlo sin temor a su canon. Por eso hay que
armar grupos (y comprenderlos en su inestabilidad idiosincrática) para encarar
proyectos magnánimos o bravos dentro del rock. Te diría que este libro es un
prisma, en todo sentido: porque no es posible mapear el presente de lo que
llamamos rock (y de lo que quedó de él, su gloriosa o fúnebre ruina), de lo que
lxs autorxs hicimos con ese lexema (cómo lo llenamos y lo vaciamos
constantemente) y de lo que el rock hizo con nosotrxs. En suma, el rock dotó al
libro de su raigambre colectiva”.
“La idea era mostrar las diferentes visiones que los escritores tienen sobre un país tan complejo como los Estados Unidos, pero también sobre la Argentina ya que, paradojas de la vida, muchas veces la distancia te ayuda a observar más de cerca los mecanismos sinuosos de la sociedad argentina. La relación de los autores argentinos con los Estados Unidos es fecunda y no menos compleja. Sarmiento encontró aquí una respuesta interesante a aquella civilización confrontada con la barbarie. Durante el siglo XX el número aumentó con Enrique Anderson Imbert, Marta Traba, Manuel Puig, Sylvia Molloy, Tomás Eloy Martínez, Ricardo Piglia y muchísimos otros. Y Borges aquí aprendió a corregir su racismo. Esta antología sigue la línea de esos autores que se convirtieron en cronistas desde el centro del ‘imperio’”, sostiene desde Miami, donde vive hace 21 años, el escritor, dibujante y editor Hernán Vera Álvarez.
“Don’t cry for me, América:
antología de escritores argentinos en Estados Unidos en el siglo XXI”
La construcción de un
nosotros
¿Por qué hacer antologías? ¿Por qué abordar temas y problemáticas desde una construcción colectiva? Por su parte, Hernán Vera Álvarez sostiene que la construcción colectiva en Don’t cry for me, América fue central porque da cuenta de una variedad: “escritores que viven desde hace décadas acá y otros que llegaron en el siglo XXI. Hay exiliados políticos, autores que se radicaron con propuestas de trabajo, otros que emigraron muy niños por cuestiones económicas, otros por el placer de la aventura. Esas razones moldean una sensibilidad, algo que se encuentra en el libro. Hay muchas maneras de pensar este país sin el lugar común del ‘sueño americano’. Eso es una linda publicidad, pero como toda, es bastante engañosa”.
Emiliano Scaricaciottoli asegura que “en la contemporaneidad no hay debates, hay estrategias de clausura” y que “es imposible ingresar en una lógica impar, es decir, se elogia la moderación, el bloqueo del odio, no se comprende nada cuando uno habla de la ética de la violencia a la hora de escribir”. Como el rock no está exento “hay que llamar a pelarse”. “¿Viste que ya nadie elogia los ghettos de antaño, las tribus que copábamos las calles, los grupos y subgrupos enjambrados? Por eso mismo este libro quiere, sin caer en la retromanía, ingresar en un dispositivo de choque, de pelea, aunque sea entre nosotrxs y de ser posible con aquello que podemos llamar ‘el lector’. Que sean varixs autorxs es una variable cualitativa, en nuestrx caso y no cuantitativa. Es encontrarse con las peores miserias, y en la escritura, claro”, agrega.
El trabajo de antólogo de Juan Mattio fue, en sus propias palabras el de “elegir entre textos que ya fueron escritos y puestos a circular” para que ”la selección funcione como una lectura en red”, lo que permitió “poner en diálogo textos preexistentes o, en algunos casos poéticas que yo ya conocía (como el caso de Marcelo Carnero o Betina González) y que me interesaba sumar a esta constelación. Pasar de un cuento a otro es pasar de una poética, de un imaginario, a otro. Y creo que lo que es interesante es ver cómo se repiten las preguntas (sobre lo real, sobre las rupturas temporales, sobre las percepciones inquietantes) pero no las respuestas. Cada cuento responde a esas preguntas desde una mirada singular y muy personal”.
Luciano Saliche
INFOBAE
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