Indignación total tras asesinato de jesuitas en el norte de México

 

Un soldado mexicano patrulla afuera de la iglesia el miércoles 22 de junio de 2022, en Cerocahui, México. Dos sacerdotes jesuitas fueron asesinados en el interior. (Foto AP/Christian Chávez)

Hace 50 años, cuando en la Sierra Tarahumara ni siquiera había carreteras, el sacerdote jesuita Javier Campos recorría sus montañas y profundos cañones en motocicleta para apoyar a las comunidades indígenas pobres y marginadas de esta región del noroeste de México.

Su compañero, el religioso Joaquín Mora, trabajó muchos años a su lado, y a lo largo de más de dos décadas en la sierra vio cómo esta zona, cercana a la frontera con Estados Unidos, fue llenándose de miembros del crimen organizado que plantaban amapola o marihuana.

Los religiosos, de 79 y 80 años respectivamente, eran personas respetadas por todos en esas montañas boscosas en las que realizaban su labor, la cual se vio interrumpida abruptamente el lunes al ser asesinados junto a un laico en la iglesia de la comunidad de Cerocahui.

El presidente Andrés Manuel López Obrador reconoció el miércoles que el atacante ya estaba identificado y que enfrentaba una orden de captura desde 2018 —nunca ejecutada— por el homicidio de un turista estadounidense en esas mismas montañas del estado de Chihuahua, las cuales limitan con los estados de Sinaloa y Sonora.

Los sacerdotes conocían a su asesino porque era un líder criminal local, explicó otro jesuita veterano de la sierra, Javier Ávila. En una entrevista a una radio local que él ayudó a fundar, comentó que el agresor estaba “fuera de sí, alcoholizado” y que, aunque después de los primeros disparos uno de los religiosos intentó calmarlo, no lo logró.

Primero mató al laico, del que las autoridades dijeron era un guía turístico local, luego a uno de los sacerdotes que acudió en su ayuda y después al otro. Lanzó los cuerpos a una camioneta y se los llevó pese a las súplicas de un tercer cura que sobrevivió y contó lo sucedido.

La Compañía de Jesús pidió proteger a religiosos, laicos y vecinos de Cerocahui, un pueblo de unos 1.000 habitantes que recibe a algunos turistas amantes de la naturaleza, pero donde todo se mueve bajo la atenta mirada de gente armada. Por eso, durante las horas siguientes al crimen, todos callaron.

El miércoles por la tarde, la gobernadora de Chihuahua, María Eugenia Campos, anunció que los tres cadáveres habían sido localizados.

Poco después, el fiscal del estado, Roberto Javier Fierro, aclaró en conferencia de prensa que el presunto asesino de los jesuitas —en un evento separado el mismo lunes— discutió con dos hermanos por un partido de beisbol, trifulca que acabó con disparos, una vivienda incendiada y los hermanos raptados. Las autoridades siguen buscándolos.

Una mujer y una niña que en un primer momento se daban por desaparecidas sólo huyeron y ya han sido localizadas ilesas, agregó Fierro.

La violencia en la sierra no es nueva, pero la situación se agravó recientemente, explicó a The Associated Press el padre Pedro Humberto Arriaga, superior de los jesuitas asesinados y amigo de Campos desde que eran estudiantes.

En mayo, la última vez que se juntaron, Campos le transmitió “la gravedad de la situación, de cómo las bandas de narcos habían avanzado en la región, cómo se estaban apoderando ahí de las comunidades” y “se estaba descontrolando” todo, cada vez con más hombres armados por todas partes.

El periodista de la AP Christopher Sherman contribuyó a esta nota.

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